El terrible sufrimiento que han tenido que sentir los pueblos que fueron forzados a seguir la revolucion industrial y los adelantos tecnologicos de occidente ha sido perniciosa para las diversas culturas indigenas. Legados que contribuirían grandemente a la evolución planetaria han sido aplastados por la maquinaria del progreso y el gris concreto de una urbe fallida. Un radioescucha me comentó sobre la manera honorable en que los samurais de Japón, guerreros misticos, llevaron la llegada del industrialismo.
Se tiene razón sobre el razonamiento samurai, razonamiento que hizo eco en muchos pueblos como el japonés cuando el occidentalismo fue clavando sus colmillos en las culturas mundiales. Sin duda pienso
firmemente que la tecnología nos esta conduciendo peligrosamente por el camino erróneo. Aun así, en este guerra florida debemos hacer uso de las armas de aquellos que nos han tratado de someter mediaticamente. A través de la televisión, radio, internet; el increíble bombardeo imparable nos obliga a venerar al frío dios del materialismo. Pues la guerra es un arte lejos de una confrontación. Y por eso uso hasta donde tengo posibilidad los medios modernos para llevar el mensaje de nuestros Viejos Abuelos, ahora convertido en susurro por el ruido del moderno progreso. Ese susurro es nuestro legado, nuestra herencia, todo lo que tenemos para sostenernos en este mundo! No hay otra cosa, tristemente suena fatalista, pero es la cruda realidad que cómodamente ignoramos. No culpo a la sociedad cegada en su prisión cultural en que están enclaustrados, pues alguna vez fui como ellos. Todos hemos sido así. Divino día cuando uno de nuestros hijos o nuestros nietos crezca con sus ojos abiertos, con su rostro verdadero, con sus raíces sostenidas a la madre tierra. Pues cuando recuperemos nuestro rostro, y destruyamos esa prisión cultural que nosotros mismos hemos construido, entonces sabremos a donde ir en nuestra vida, alumbraremos el sendero a nuestro destino. Y nunca mas nos perdernos en las tinieblas tecnológicas. Pues el progreso es bueno, si, pero no el que nos han arrojado. La codicia del dinero, el hambre del poder y la sensualidad mercantilista son frágiles pilares de una sociedad decadente. Este venerado progreso desprecia la espiritualidad (Hunab Ku'), la memoria histórica (Huehueteotl), la nobleza del espíritu humano (Tezcatlipoca), y primordialmente, nos convierte en enemigos de la naturaleza (Quetzalcoatl) y sus preciosos retoños (Xochiquetzalli).