jueves, mayo 12, 2005

El gran heroe Cihuacuecuenotzin

Escudo de AcolhuacanHeroes y campeones de los que nos quedan sus cantares y gestas, los conocemos muy bien por sus virtudes caballerescas y su fidelidad incondicional. Cuantas veces no hemos escuchado sobre como El Cid Campeador, muerto ya, seguía en batalla atemorizando a los moros. Nos llegan los recuentos de los caídos en las Termopilas. Todavía hay ecos de la grandeza de Juana de Arco, y su triunfo en la batalla de Orleans. Grandes hombres y mujeres que han dado sus vidas por un ideal, por su país y para la protección de su familia. Lamentablemente los mexicanos lanzamos esta busqueda de honorables caballeros y heroinas en tierras ajenas, parte de nuestra repulsiva idiosincracia malinchista. Del hombre que los contare, no provenía de lejano oriente, no vivía entre las huestes de algún castillo europeo, no viajó por los misticos desiertos del Arabia. Este hombre del que les platicare la historia de su infeliz pero muy honrosa muerte es de aquí mismo, de Mexico, del antiguo Anahuac, compartímos su sangre. Su nombre era Cihuacuecuenotzin, hábil militar que se desempeñaba a principios del siglo XV en el gobierno del tlahtoani Ixtlilxochitl I como tlaccatecatl, general de las fuerzas armadas de Acolhuacan.

Cihuacuecuenotzin era considerado un buen general, quien mandaba con el ejemplo, ayudaba a los suyos, pero era fiero e imparable con el enemigo. Cuando muere el tlahtoani acolhua Techotlalla en Texcoco, se nombra sus sucesor a su hijo Ixtlilxochitl Ometochtli. Apenas llega al poder, y es amenazado por el poderoso Tezozomoc, el anciano gobernante de Atzcapotzalco. Tras varias provocaciones por parte de Tezozomoc, Texcoco declará la guerra a Atzcapotzalco. El fiel general Cihuacuecuenotzin se encarga de invadir Atzcapotzalco, y lleva los ejercitos de Acolhuacan hasta las murallas de Atzcapotzalco. Tezozomoc por medio de engaños, fingió rendirse a Ixtlilxochitl. Una vez terminada la acción belica, todos los soldados regresaron a sus pueblos y lugares de origen, dejando desamparada a la altepenyayotl, la ciudad madre de Texcoco. El muy astuto Tezozomoc no desintegró sus ejercitos tecpanecas, y entró hasta las afueras de Texcoco. Cuando los de Acolhuacan se habían dado cuenta del engaño, era muy tarde. Así que tras el sitio de Texcoco, la gente huyó a los cerros y las serranías del lado Tlaxcalteca, al otro lado de los volcanes. No tuvo otra opción Ixtlilxochitl I que la de huir tambien con su familia, estando siempre cerca de su general Cihuacuecuenotzin y su hijo, el principe Netzahualcoyotl.

Así hicieron fortificación en el bosque de Quauhyacac, pero de nada sirvio dada la pujanza que traían los enemigos, los tecpanecas. Así que Ixtlilxochitl retrocedió aún mas hacia las montañas, en el bosque de Tzicanoztoc. En dicho bosque, en Tzicanoztoc, llegaron terribles noticias para Ixtlilxochitl I. El ejercito tecpaneca se había apoderado de las ciudades importantes, Huexotla, Coatlinchan y Coatepec, y sus gobernantes, Ixtlacauhtzin de Huexotla, Tlalnahuacatl de Coatlinchan y Totomihua de Coatepec había retiradose tambien con sus vasallos hacía las serranías. La gente había abandonado ya la gran capital, Texcoco, todas dejandos sus haciendas para refugiarse en tierras tlaxcaltecas y huexotzincas.

Aquí es donde entra la gran misión de Cihuacuecuenotzin, ya que al ver todo perdido Ixtlilxochitl I, voltea hacía su general, quien tambien era su sobrino, y le pide lo imposible. Le dice que vaya pedir ayuda a la provincia de Otompan (Otumba), sabiendo muy bien que solo un milagro haría recapacitar a los otomíes de Otompan para que dieran la ayuda tan necesaria a Ixtlilxochitl I. Ahí pediría al capitan de los de Otompan, Quetzalcuixtli, por el socorro. Los de Otompan desde antes de la guerra habían sido convencidos por Atzcapotzalco de dar su apoyo a Tezozomoc, y no a Ixtlilxochitl. Y es que no solo las provincias, tambien los pueblos, las familias, todo mundo estaba dividido su apoyo entre el anciano Tezozomoc el Grande o Ixtlilxochitl I. Lo que pedía Ixtlilxochitl a Cihuacuecuenotzin era una tarea suicida, pero no había otra opción, y le dijo:

“Sobrino mío, grandes son los trabajos y persecuciones que padecen los acolhuas chichimecas, mis vasallos, pues que habitan ya en las montañas, desamparando sus casas. Id a decirles a los de la provincia de Otompan que les hago saber, que es muy grande la persecucion que los míos padecen, y así les pido su socorro, porque los tecpanecas y mexicanos nos tienen muy oprimidos, que con una entrada que hagan, acaban de sojuzgar nuestra nación, y poner en huida a la gente miserable de los acolhuas Tetzcocanos, pues han comenzado a pasarse a las provincias de Tlaxcallan y Huexotzinco.”

A estas palabras el noble Cihuacuecuenotzin respondió: “Muy alto y poderoso señor, agradezco mucho la merced que vuestra alteza me hace en quererme ocupar en este viaje el cual haré con muy gran voluntad; mas le advierto a vuestra alteza que no he de volver mas, porque como le consta, ya en aquella provincia apellidan el nombre del tirano Tezozomoc; solo le pido y encargo que no desampare a sus criados Tzontecatl y Acolmiton, pues fueron servidos para darseles al principe Nezahualcoyotl, los podrá ocupar en sus servicio.”

Tan poderoso sentimientos corrían, que ambos enmudecieron, se miraron tristemente, y soltaron el llanto de despedida. Se abrazaron y Cihuacuecuenotzin le pidió viera por su querida esposa.

Antes de retirarse Cihuacuecuenotzin, Ixtlilxochitl lo despidió y le dijo: “Lleva por consuelo como me dejas en el mismo riesgo que tu vas, quizas en tu ausencia los tiranos me quitaran la vida.”

Fiel, enteramente, a su patria y a su pueblo, se encaminó Cihuacuecuenotzin hacia Otompan por el rumbo de Ahuatépec, para de paso ver unas propiedades que tenía por ahí. Pero en su paso por Ahuatepec fue capturado por los de Quauhtlatzinco, y lo llevaron hacía Otompan. Al llegar a Otompan, la gente estaba ya reunida en la plaza principal de la ciudad, ya que iban a dar discurso unos enviados tecpanecas. Cuando los tecpanecas se percataron de la presencia de Cihuacuecuenotzin, el general de sus enemigos, cedieronle la palabra, para así también observar la reacción de la gente.

Toda la gente reunida, con los tecpanecas detras de el observandolo con los brazos cruzados, algo imposible incluso para el mejor orador de convencer y unirseles a su causa. Sin temor, sin vergüenza, alzó su voz y dió puntualmente el mensaje enviado por su gobernante Ixtlilxochitl I. Al terminar su muy historico discurso, Quetzalcuixtli tomó la palabra:

“Ya habeis oido la pretension de Ixtlilxochitl para que le demos socorro, lo cual de ninguna manera se ha de hacer, sino que todos nos hemos de someter debajo de la proteccion y amparo del gran Tezozomoc.”

Y luego habló Iacatzone, el gobernante otomí de Otompan: “¿A que hemos de ir? Defiendase el solo, pues tan gran señor se hace y de tan alto linaje se jacta; y pues vino al efecto su capitan general, haganlo pedazos aquí, y de donde diere.”

Y así la multitud reunida se avalanzó hacía el fiel Cihuacuecuenotzin, quien cumplió su tarea hasta el final. Trató de luchar contra los que lo atacaban, de defendió, mató algunos, pero fue inutil. Avasalladoramente dieron contra el honorable Cihuacuecuenotzin muerte tragica. Todos gritaban “Viva Tezozomoc”.

Al ver el cadaver de Cihuacuecuenotzin, Iacatzone mandó pedir por las uñas de sus dedos, y se las puso burlonamente por collar, y dijo: “Pues estos son tan grandes caballeros, deben de ser de piedras preciosas e inestimables sus uñas, asi las quiero tener por ornato de mi persona.”


Su cuerpo violentado, mas su alma quedo impune, e incluso alzada hasta la gloria de los heroes. Con los años Nezahualcoyotl derrotaría a los tecpanecas, y la memoria de Cihuacuecuenotzin quedó presente. Su elegante honor, su intachable servicio por su patria, es razon porque hoy lo recordamos. Dicho acontecimiento de la muerte de Cihuacuecuenotzin en Otompan sucedió el 24 de Agosto de 1418. Nosotros, debemos de aprender de nuestro ancestro indigena Cihuacuecuenotzin. Tomemos la valentía ante las adversidades, y el cumplimiento de las altas obligaciones.